Con el permiso de la presidencia;
Compañeras y compañeros legisladores;
Hablar de salud mental no es hablar de una moda, ni de un tema momentáneo. Es hablar de la vida misma, de la dignidad humana, de aquello que nos sostiene cuando todo parece derrumbarse.
El concepto de salud mental hace referencia a un estado emocional, psicológico y social que permite que las personas se desenvuelven con facilidad en su entorno, y que tengan la capacidad de afrontar los retos que la vida nos presenta.
Cuando la salud mental se altera, todo cambia. Las personas se sienten vacías, desconectadas, incapaces de continuar. Y eso no debería pasar en un país que aspira a la justicia y al bienestar.
Pero hoy no venimos sólo a hablar de cifras o estadísticas. Hoy venimos a hablar de personas.
De vidas reales. De quienes se levantan cada día con un fantasma invisible, que no se ve, pero se siente y duele.
De quienes sonríen por fuera, pero se sienten rotos por dentro. De quienes callan por miedo a no ser comprendidos.
El 10 de octubre conmemoramos el Día Mundial de la Salud Mental, pero este compromiso no puede limitarse a una fecha en el calendario. Porque la salud mental no debería ser cosa de un solo día: debería ser parte fundamental de nuestras políticas, de nuestras escuelas, de nuestras comunidades y de nuestras vidas.
La salud mental no distingue edad, ni género, ni condición social. No es un lujo ni una opción. Es un derecho humano, y como representantes del pueblo, tenemos el deber de garantizar.
Cada dato que escuchamos tiene rostro y un nombre; "él una joven que sufre ansiedad", "el del niño que no entiende porque su familia se desmorona", "el de un adulto que vive con depresión y teme perder su trabajo", "el de una mujer que ha sobrevivido a la violencia y necesita apoyo, no silencio".
Durante mucho tiempo, hablar de salud mental fue un tabú.
Se nos enseñó a "aguantar", a "ser fuertes", a no llorar, como si cuidar de nuestras emociones fuera una muestra de debilidad. Pero cuidar de nuestras emociones es un acto de valentía. Cuidar de nuestra mente es cuidar de nuestra vida.
Hoy reconocemos a la salud como un derecho, no como un privilegio. Por eso respaldamos las acciones de la Presidenta Claudia Sheinbaum, quien ha impulsado una política de salud integral, humana y comunitaria, donde la atención emocional tiene la misma importancia que la física.
Necesitamos fortalecer la Ley General de Salud para garantizar una atención oportuna, digna y accesible a la salud mental en todo el país.
Necesitamos que haya prevención en las escuelas, acompañamiento en los centros de trabajo y apoyo en las comunidades.
Debemos fomentar el acceso a servicios de atención psicológica, promover la educación emocional y combatir el estigma que todavía pesa sobre quienes buscan ayuda.
Y también debemos recordar que no hay salud sin salud mental.
Cuidar la mente es cuidar el cuerpo, y cuidar la vida es cuidar de nuestra nación.
Es cuanto.
Gracias.